Rosa brindó mirándoles a los ojos, como manda la tradición. Las copas chocaron en el centro de la mesa poniendo banda sonora a la emoción del momento. No fueron más de 10 segundos, tiempo suficiente para mirarles uno a uno, a los suyos, disfrutando de tenerles cerca. Su marido le guiñó un ojo con la complicidad de siempre. El año había sido intenso para ellos. A los cíclicos y exigentes retos profesionales se habían sumado lo mejor y lo peor también en lo personal. Atrás quedaban muchas vivencias, miles de horas, retos conseguidos y proyectos fallidos, promesas y frustraciones, sorpresas, primeras veces, ideas locas, encuentros y despedidas memorables, conversaciones relevantes y otras eternamente aplazadas, aciertos, errores y siempre aprendizajes, paisajes descubiertos y algunos por descubrir que engrosaban peligrosamente la lista del «algún día».
Todo había empezado una tarde 365 días atrás. Aquella cita consigo misma en que Rosa repasaba durante…